viernes, 16 de mayo de 2008

Sobre el factor de riesgo inminente que presenta una mandarina sobre una sociedad esperanzada.

Una vez más soy una buena persona. Lo juro.

He estado un par de días en la clínica porque tenía algo. En la sala de operaciones esperando que me pongan todas las agujas y demás idioteces me puse algo nervioso y decidí calmarme de la única forma que sé: cantando los más grandes éxitos de Lucero. En serio, lo hice en el examen de admisión. La gente no se aburría de escuchar "Electricidad". Relaja esa vaina, por alguna razón. Echado en la camilla, me pusieron un gorrito de baño minimalista hasta más no poder mientras que mi voz llenaba los pasillos con la canción más adecuada para la situación, Sobreviviré de Lucero:

Sobreviviré claro que sí,
aunque reviente, contigo o sin ti.
Sobreviviré, ya lo veras,
para olvidarte, aborrecerte
o hasta quererte más.

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Admito darme cuenta de que si un humano revienta no hay muchas probabilidades de que sobreviva, pero carajo Lucero lo dijo y yo le creo. Fue algo surreal que un montón de gente en batas verdes te aplauda mientras estás echado en una camilla verde con el gorrito más minimalista de la cuadra sabiendo que están a punto de abrirte. También fue algo sensual y/o tierno. Al menos la anestesióloga estaba sensual. Sus ojos y frente, al menos. En algún momento me durmieron y cuando desperté estaba sudando porque me di cuenta de que había sucedido lo peor: era nuevamente un ser humano capaz de sentir. Y lo primero que sentí fue un dolor de mierda.

Lo segundo que sentí fue algo peor. Sentía aquella bondad y fe cultivada en mis años mozos en el Colegio Inmaculado Corazón de la Virgen María y de Unos Cuantos Más, en Miraflores.
Para los que no saben, el Inmaculado Corazón es uno de los colegios más religiosos del planeta tierra y es realmente efectivo. No tengo nada en contra de la religión; es más, está tan de moda estar en contra de la religión, de la fe, de la hostia con vino y de Cipriani que se ha vuelto demasiado común. Es por eso que si encuentro una chica y tengo que ofrecerle algo diferente al resto de manganzones puedes apostar el culo a que le diré a la princesita de alelí que soy católico-apostólico-romano y que en otra vida fui monaguillo, aunque todo suene a transformer gueto. El chiste es que de niño del Inmaculado Corazón de Los No Sé Quién y Los Ya Que Chucha todo eso de la religión era verdad para mí.

Nunca entendí eso de tenerle miedo a Dios. En el colegio, Dios era proyectado como una especie de Papá Noél súper regio y buenito. Todos los días yo llegaba 20 minutos antes y me dirigía a la Capilla a rezar hasta que empezaran las clases. En serio. Dios estaba en su Cielo y yo me pasaba 20 minutos como cojudo dándole gracias por el Arroz Tapado del día anterior.
Luego llegó Conan. No el bárbaro sino el niño cabezón investigar tipo Sherlock Holmes. Este chiquito me hizo sospechar de algunas creencias que tenía hasta el momento y si es que la gente le tenía miedo a Dios es porque éste era como el resto de hombres: una bassssura.

El problema llegó a su punto álgido (no sé por qué sigo usando palabras que escucho en CNN) cuando un día en clase de Religión la Sister Mary Claire nos dijo que si éramos muy buenos y le rezábamos todos los días, Dios se nos aparecería en las noches. Excelente forma de lograr que 30 niños temedores de Dios se caguen ahí mismo. Esa noche casi muero bajo las frazadas pensando que el padre del hombre me jalaría las patas preguntándome por qué maté a Jesús. Lo peor de todo es que me sentía realmente culpable. Malditos judíos. La mañana siguiente decidí que había sido exageradamente bueno durante mis 9 años y que ahora empezaría a burlarme de enfermos terminales y cosas por el estilo. El queso era grecolatino.

Como ya se habrán dado cuenta soy el príncipe de la procrastinación -sería el rey si no fuera por la flojera- así que mi empresa de volverme malo no empezaría hasta muchos años después, haciendo labor social en el María Reina. El cambio de colegio me vino muy bien. Me volví más gracioso, sensual y por supuesto, piraña. El único problema es que este colegio tenía una seria erección por hacer labor social y sabía que tarde o temprano volvería a ser el mismo niño que se hizo la pichi bajo las frazadas esperando a Yavé. Mentira no me hice la pichi. He dicho.

Llegó cuarto de media y sabía que tenía que confirmarme -ya sabía en ese momento que en el 2008 tendría problemas para conseguir mujeres si no tenía un certificado de mi fe católica- pero obviamente, como en las preguntas de Verdadero o Falso, había una trampita.
Era obligatorio ir a hacer labor social y a mi me tocó ir al Hogar de la Paz, en La Parada.
Esta es la parte aburrida en la que hago labor social y creo en la importancia de encontrar una solución a la pobreza del país y bla bla bla. Quiero contarles qué pasó el último día de labor social.

Mis amigos y yo estábamos en la camioneta del colegio adecuadamente llamada La Cafetera y nos dirigíamos al Hogar de la Paz. Curiosamente, todo el mundo tenía una mandarina en la mano. Alarmado y algo excitado pregunté el porqué de las mandarinas ya que como todo el mundo sabe el María Reina tiene dos reglas de oro: No se habla del Club de la Pelea y No se come mandarinas. No es trendy. Nadie me respondía y luego de un minuto Pablo me dio una mandarina. ¿Han tenido alguna vez una epifanía, una revelación? ¿Te diste cuenta de que ese no era el chico para ti apenas se bajó el calzoncillo? ¿Te diste cuenta de que prefieres pasear al perro que ver a tu enamorada (que dicho sea de paso se parece a tu perro)? ¿Notaste que 20 céntimos más para un plato de almuerzo no es tanto y que eres maricón? Le pasa a todo el mundo.
Cuando recibí esa mandarina sentí un Aleluya en el fondo e hice lo que cualquier persona habría hecho en mi lugar, tiré esa maldita fruta del carro como si le estuviera dando el virus del SIDA.


Las mandarinas tienen consecuencias.

Y le cayó en la cara a un taxista. No era un taxista común y corriente, era la definición del optimismo del pueblo peruano. El tipo estaba limpiando su taxi blanco y diáfano como su alma mientras esbozaba la sonrisa más auténtica que jamás había visto en mi vida. Le cagué la vida a un señor que probablemente estaba pensando "Hoy empieza un nuevo día". La bendita fruta impactó fuertemente su cara y luego hizo un movimiento ricochet que volvió su carro naranja. En ese momento supe que Dios jamás me jalaría las patas.

En ese momento me hice malo y todo fue bueno hasta ayer que me desperté con ganas de ir de nuevo a la capilla del Inmaculado Con Razón. No sé hasta cuando me dure esto de tener que sacarme del pecho todas las cosas malas que he hecho, probablemente hasta mañana cuando publique la segunda parte de mi guía del estudiante PUCP (que si me he demorado es porque hubo una verdadera investigación).
Recuerda que esta entrada no fue escrita para ti.